CONCURSO DE RELATOS
RELATO Nº 1
"Lucero de mi infancia"
¿Cómo lograste calar
en el alma de este joven?
Alma de un niño ingenuo
que no entendía de amores,
pues todo para él
era correr y jugar.
Hasta que la vista alcé
y en mis ojos ví brillar
lo que de corazón sé,
que Tú eres la Madre de Montilla
mi Auxiliadora querida.
Tú, que eres el mayor auxilio
al que me puedo encomendar
Tú, que me hiciste preso cautivo
de tu amor incondicional.
Estas son las palabras más sinceras
que jamás te he escrito.
Pues eres el sentido de mis mañanas
y la alegría de este niño.
RELATO Nº 2
“LAS SANDALIAS DE MARÍA “
Nunca nadie que haya sido destinado a rozar el suelo continuamente, puede ser más feliz que
lo soy yo. Lo digo de corazón ya que ese es mi destino: Cubrir los pies de María y ceñir con mi
cuero sus tobillos.
Me estrenó un día tan especial que nunca podré olvidar. Ese día se le apareció un Ángel y de
sus alas, una pluma cayó… Y me rozó. Jamás senti una sensación igual de bienestar.
Mi cuero se cubrió de suaves pelitos del costado de aquella borriquita que María montó
camino a Belén. Sus hinchados pies descansaron durante aquel viaje que tuvimos que hacer ya
cercano el parto de su hijo.
Mis suelas huelen a las briznas de la paja fresca que cubrían el suelo de aquel establo en el que
María parió. Quedé en el suelo mientras Ella descansaba en un camastro y pude ver al niño
más bello del mundo que me sonreía con sus brazos abiertos.
Mi cuero huele a vino desde aquel día en que ese niño ya hecho hombre, en un hecho
milagroso y por orden de su madre, convirtió el agua en vino. Al meter una copa en aquella
tinaja de barro, un esclavo torpe derramó sobre mí gotas de aquel vino rojo sangre que para
siempre la piel de mi cuero manchó.
Mi suela está cubierta de polvo. Polvo de un camino sucio y polvoriento que salía de la ciudad
camino al calvario. Las lágrimas de María gotearon sobre mí cuando lloraba desconsolada al
pie de la Cruz en la que su hijo dejaba la vida. Y allí mismo bajo ese leño, gotas de sangre de
aquel hombre que conocí de niño caían sobre mi desde su costado.
María nunca me abandonó porque Ella no abandona. Ella, cuando con el paso de los años
tantas vicisitudes me dañaron y estropearon, fue mi auxilio. Y hoy sigo aún aquí en sus pies.
Soy testigo de la lluvia de besos que le dejan sus devotos en sus días de besapies.
Y cuando procesiona por las calles, rodeada entre tantas flores que la rodean y me embriagan
con su olor, puedo ver en su cara como sonríe orgullosa. Y hasta mi llegan las voces de su
pueblo que le reza y le grita:
¡Viva la Virgen de Don Bosco!
¡Viva María Auxiliadora!
RELATO Nº3
LOS ANGELITOS DE TU CAMARIN.-
Buenos días madre Auxiliadora, Tú me conoces bien, soy Antonio, uno de tus
monaguillos más desinquieto.
Y hoy, antes de entrar a clase y besar tu pie, te quiero contar el sueño que he
tenido:
Soñé que era uno de los angelitos que hay pintados, en el cielo de tu camarín.
Ha sido la noche más feliz, yo era un ángel que jugaba, con los demás querubines,
ante tu eterna sonrisa de madre, que todo entiende y comprende sin decir nada. Nadie
me riñó esa noche, o dijo que era travieso.
Cada uno de los angelitos teníamos un cometido. Yo me pedí estar besando y
limpiando tu bendito pie toda la noche. Para que al llegar la mañana, siguieran
haciéndolo todos los niños del colegio.
A todos los angelitos le puse nombre: José se encargó de peinar tu lindo pelo,
con peine de marfil. Lucía guardó tus pendientes en cofre de cristal. Jaime ciñó tu
cabeza con una corona de rosas frescas. Cayetana, coloca y estira tu manto, para que a
todos nos proteja.
Tú bendito Niño, no coge el sueño, y Teresa que es un querubín, le cuenta un
cuento. Y al fin los dos se quedan dormidos en tus brazos. En esos brazos en los que
acoges al mundo entero.
Y otros dos ángeles pequeños Candela y Diego, te alaban sin cesar, cantando tus
letanías.
El Espíritu Santo, también estaba feliz, y voló y jugó con nosotros por todo el
Santuario.
Así, dormido en ese dulce sueño, llegó la mañana.
Y aquí estoy contándote mi sueño. Me voy Madre mía que llego tarde a clase.
Al abrir la cartera para sacar los libros, encontré entre ellos rosas frescas, como las
que ceñían tu pelo. Y el pañuelo que había utilizado para limpiar tu bendito pie, con una
inscripción que decía. Para Antonio mi ángel monaguillo.
Gracias, Madre Auxiliadora, ahora sé que no fue un sueño, si no real lo que viví.